sábado, 17 de noviembre de 2012

Capitulo 3

-¡ Suéltame, por favor!
No le hice caso. Terminé de hacer el nudo y lo apreté con fuerza. El hombre gruñó ligeramente pero después de mi mirada, enmudeció. Sabía que mis ojos tenían un gran poder sobre los seres humanos normales. Era una de las cosas que más había entrenado y, ahora viendo los ojos caoba del humano, había tenido una gran recompensa.

Admiré un momento mi obra. El hombre estaba magullado y su camisa blanca tenía sangre suya. Aquel ser humano era el miserable presidente de una corporación farmacéutica que nos suministraba una medicina hasta una semana antes. Quería subir los precios y Jeff no lo aceptó. Quería cobrar dos millones de euros más que ahora. Aquel hombre no sabía donde se había metido, nadie nos hacía chantaje.
Me arrodillé a su lado para mirarle con falsa compasión.
-No me gustaría estar en tu lugar.
Saqué un rollo de cinta aislante de mi chaqueta de cuero y corté un trozo con la boca. Se lo puse para no oír sus asquerosas suplicas por su miserable vida.
Me alcé y salí caminando con tranquilidad hasta estar más lejos. Aquel idiota iba a morir y no quería mancharme con sus restos.
Estábamos en un remoto lugar de Estados Unidos, creo que era el desierto de Arizona. Aunque era extraño hacía algo de frío, seguramente porque se acercaba la noche. Aquel era el escenario ideal para que muriera aquel hombre. Alcé la vista hacia él y me froté las manos, deseoso.
Estaba atado a un poste antiguo de electricidad con una bomba. Tenía el mando en mi mano derecha enfundada en un guante negro. En el centro había un botón rojo y arriba un temporizador de cinco segundos.
-¿Estás listo?-pregunté sonriente.
Desde la distancia puede ver su humillante suplica. No entendía aquella reacción. Si alguna vez iba a morir, preferiría hacerlo sin suplicar una vez por mi vida. Era mejor morir siendo yo mismo que una copia triste y miserable.
Pulsé el botón y me concentré. Estaba seguro de que aquella explosión me alcanzaría si no fuera por mi fuerza mental. Noté como todo a mi alrededor se ralentizaba. La sensación era parecida al agua que fluía con lentitud, gota a gota. Era también raro que mi corazón bombeara menos sangre y pudiera moverme igual que cuando el tiempo iba normal.
Mi poder era controlar el espacio-tiempo, uno de los mejores que podía tener un medjer. Seguramente por eso era el mejor asesino que tenía Jeff, y él lo sabía. Confiaba en poca gente y, yo era uno de ellos.
Cuatro segundos. Me había alejado al rededor de cinco metros y apreté el paso. Los medjer eramos unos humanos con ciertas "ventajas" sobre los demás. La mayoría eran niños que todavía no sabían utilizar sus poderes pero también había veteranos de hasta cincuenta años. La mayor desventaja que tenía ser superior era que nuestra vida era bastante más corta que la de los demás.
Tres segundos. Había avanzado apenas otros siete metros. Estaba seguro de que había todavía más medjer por ahí; algunos todavía no habrían descubierto sus poderes o no querían ser capturados. Para eso estaba yo: me encargaba de deshacerme de las personas que podían descubrirnos a la humanidad, como aquel hombre, y de capturar a los "primerizos".
Dos segundos. Me doy la vuelta y templo desde muy lejos. Me sentía como un niño pequeño viendo los fuegos artificiales con sus padres. El tiempo vuelve a su normalidad y enseguida veo ante mi una gran llamarada. Era extraña y misteriosamente bello. Una bonita forma de disfrutar de la muerte de alguien.
Un trozo de carne chamuscada cayó en mi hombro izquierdo, todavía con humo. Me lo aparté con cierta indiferencia, como había sido el dueño de aquel pedazo de piel.
Lentamente, me fui de aquel lugar.
Misión cumplida.

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